El transporte internacional de mercancías, tanto referido al transporte terrestre como al marítimo, no es una actividad actual, sino que se remonta a la prehistoria; cuando, de una forma rudimentaria pero eficiente, se trasladaba por los caminos de todo tipo de mercaderías. En un principio, a pie o a lomos de animales e, incluso, por mar, mediante botes o canoas, los hombres eran capaces de mantener redes de comunicación e intercambio. Bajo el reinado de los Reyes Católicos y, después, con los Borbones, se crearán en España redes de carreteras eficaces, como las seis vías que unían Madrid con la costa y la frontera.
Hasta la industrialización, el trasporte a gran escala se realizaba por mar o vías fluviales, a través de carabelas o bajeles, mientras que los caminos eran inseguros y cortos y prevalecía un transporte tirado por mulos y fomentado por circuitos de ferias o mercados ambulantes.
La Revolución Industrial trae consigo el avance en transporte tanto internacional como nacional, gracias a la creación de vías seguras y al nacimiento del ferrocarril, el medio por excelencia que transportará mercancías y personas de forma rápida, segura y regular. Por su parte, la máquina de vapor mejorará el transporte marítimo, al aplicarse en los barcos. Ya en el siglo XX, con los derivados del petróleo, se inicia el asfaltado de carreteras y la creación de vehículos rápidos con motores de explosión capaces de llegar a cualquier parte. Estos comienzan a ampliar su carga hasta dar lugar a la creación del camión completo, que desbanca al ferrocarril, al ahorrar tiempo en cargas y descargas del tren o almacenamiento en la estación, lo que abarata el precio.
En la actualidad, los transportes, tanto marítimos como terrestres, son fundamentales para unir países y regiones. Tal es su importancia que la creación de carreteras y vías de comunicación es una garantía de desarrollo para muchas zonas deprimidas.